Acá un buen aporte a nuestro blog, Felipe Díaz Célèry, nos aporta con un artículo publicado en el blog de la 2° Compañía de Bomberos de Santiago, relacionado con el nombre de dos calles de nuestra población. Nuestras calles la conocíamos por sus números, calle 9, calle 2,calle 6, etc. pero en un tiempo, al parecer cuando la Municipalidad, comenzó a poner los indicadores del tránsito, puso los nombres de cada calle.
Así llegamos a dos calles del barrio: la calle 2 Florencio Bahamondes y la calle 9 Alejandro Acosta, la calle F. Bahamodes es la situada al lado de la fábrica Yarur, hoy Chilevisión, costado poniente, frente a las casas de la Población Pedro Montt y la calle 9 A. Acosta, es la situada donde antes estaba la cancha de fútbol de la f'abrica Yarur, lado poniente frente a las casas del barrio, hoy Bodegas de Tricot.
Acá su historia, para saber de donde provienen estos nombres.
El incendio del colegio de los Padres Franceses. Florencio Bahamondes y Alejandro Acosta, décima y undécima víctimas del deber.
De los grandes incendios ocurridos en los últimos años, el del colegio de los Padres Franceses o de los Sagrados Corazones, producido el 7 de Enero de 1920, es uno de los mayores, tanto por la extensión que alcanzó,- 4,500 metros cuadrados- como por las pérdidas materiales que produjo.
Para explicarse el desarrollo del fuego hay que tener presente que el edificio incendiado estaba construido de tal manera que se prestaba especialmente para un gran siniestro, pues todo él se hallaba cubierto por un techo único, sin que una sola muralla corta-fuegos aislara una sección del edificio de otra.
A este respecto decía el Comandante señor Luis Phillips en el parte elevado al Superintendente, “todo el costado del edificio que da a la calle Padura – hoy Simón Bólivar – en una extensión de 150 metros aproximadamente, formaba un sólo techo, y como si esto no fuera suficiente, tenía tres secciones más o menos de 60 metros de longitud cada una, que partiendo de la sección de Padura hacia el oriente, formaban un total de 350 metros aproximadamente, sin corta- fuego alguno, con el techo unido, formando una gran chimenea en el entretecho”.
En estas condiciones, un incendio no sofocado en los primeros momentos necesariamente debía tomar grandes proporciones y consumir todo el edificio, tanto más que un fuerte viento, avivando el tiraje producido en el entretecho, llevó el fuego hacia el oriente hasta destruir la capilla.
La conflagración había llegado a hacerse tan grande, que el trabajo de los bomberos se veía entrabado por la imposibilidad de acercarse al edificio sin riesgo de perecer, debiendo agregarse todavía que la alta temperatura originada por el incendio producía la evaporación del agua de los pitones antes de alcanzar su objetivo.
La labor del Cuerpo fué en extremo difícil y debía concretarse a impedir el avance del fuego hasta los edificios vecinos y las partes del propio colegio que no habían sido comprometidas desde un comienzo. En esta labor, en los primeros momentos del siniestro, un grupo de trece voluntarios de las Compañías 3ª., 6ª. y 7ª. se vió acosado por las llamas en tal forma, que no tuvieron aquéllos otro recurso que dejarse caer a la calle Padura, desde el segundo piso del edificio. El instinto de conservación y el horror de ser devorados por las llamas habían inducido a esos trece valientes a arrojarse desde una altura apreciable, a riesgo de sufrir graves fracturas y lesiones.
Pudo luego constatarse que los voluntarios Florencio Bahamondes, de la 3ª. Cia.; Alejandro Acosta, de la 7ª y J. Miguel González de la 8ª. y el auxiliar de la 6ª. José López, habían sufrido horribles quemaduras y gravísimas lesiones que hacían temer por la vida de los dos primeros. Los temores se vieron confirmados al día siguiente, en que el voluntario Bahamondes sucumbió a sus dolores; y ocho días después,- el 15 de Enero,- en que le seguía Alejandro Acosta.
La doble desgracia experimentada por el Cuerpo produjo en la ciudad verdadera consternación, y todo el vecindario, asociándose al luto que había caído sobre aquél, con manifestaciones del más profundo pesar testimonió a la institución sus simpatías en tan tristes momentos.
Los funerales de los infortunados voluntarios Bahamondes y Acosta revistieron caracteres de una apoteosis, y en verdad que lo merecían uno y otro, pues ambos habían caído bravamente en cumplimiento del deber.
De la muerte de estos dos esforzados voluntarios surgía un problema delicado; la situación en que quedaban la madre de Bahamondes y los pequeños hijos de Acosta. Mas,el espíritu piadoso y caritativo del vecindario de Santiago y de muchas otras ciudades de la República, y el sentimiento de confraternidad de los propios bomberos, vinieron afortunadamente en ayuda de una y otros, y pudo reunirse una suma apreciable de dinero con la cual se llevó, en forma de pensión, un alivio a los hogares de los malogrados voluntarios.
Los bomberos José M. González y José López que junto a Bahamondes y Acosta habían caído, después de largos meses de hospitalización pudieron reanudar sus actividades, para bien de ellos y de la institución.
ERNESTO ROLDAN
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