Este 4 de Octubre de 2010, "Folclore y Cultura Chilena", no quedará al margen de esta gran celebración, todos estamos preparando los pañuelos, las guitarras, los panderos y todos nuestros instrumentos, para celebrar nuestro Día.
Al cumplirse 92 años del natalicio de Violeta Parra, el próximo 4 de octubre, declarado Día Nacional de la Música Folclórica Chilena, músicos, poetas, bailarines, actores, artistas plásticos, circenses, folkloristas y todos los amigos y "querendones" de nuestro folklore rendirán homenaje a la gran cantora y además celebraremos el Día Nacional de la Música Folklórica Chilena.
Como esta fecha es reiterativa (todos los años), todo lo escrito más arriba es del año pasado, pero hoy estos textos, tienen mayor relevancia entre nuestros compatriotas.
En mi parecer, muchas personas han llegado al convencimiento, derribando todas las barreras, que Violeta Parra es nuestra mujer del Bicentenario, ya que muchos estudiosos de nuestro folklore y cultura tradicional, asi lo han confirmado. Solo basta visualizar los medios de comunicación, que antes negaron un espacio para esta gran artista, lo profuso de la información de su vida, de su cantar, sus composiciones, sus textos, su poesía, sus grabados y tantas cosas que hizo Violeta.
En estos "Especiales de Violeta", traigo a ustedes un artículo escrito por Patricio Manns, cuando vivía en Francia, este texto apareció publicado en la Revista Araucaria de Chile, Nº 38 de 1987, titulado "Violeta: hojas nuevas".
En este 4 de Octubre, Día Nacional de la Música Folklórica Chilena, agradezco el tener este medio de comunicación, una página web, ya que uno puede transcribir textos, ya escritos y olvidados de algunos años atrás, y volver a "revitalizarlos" para que muchas personas que no tuvieron la posibilidad de leerlos, hoy lo hagan y conozcan más de nuestras raices.
Los dejo con Patricio Manns y su escrito.
Violeta: hojas nuevas.
PATRICIO MANNS
Patricio Manns es músico y escritor. Autor de Violeta Parra, la guitarra indócil, Buenas noches los pastores, La noche sobre el rastro. Actas del Alto Bío-Bío y diversos otros títulos. Vive en Francia.
Ha sobrevivido, pues, a la herida y al niego de la herida. Ha sobrevivido al decantarse de la sangre, ha hecho progresar la albúmina terrestre de sus cantos transidos por el sol y por la sombra. Una vez los hombres de
su Norte le regalaron una llama, y una silla los hombres de su Sur.
La llama para que tuviera carne y leche, le dijeron, y la silla, para que nunca más volviera a cantar con los pies colgando. Ni la llama ni la silla llegaron a su casa. Ella había prometido volver a buscarlas, lo había prometido en el tumulto de esos viajes, entre las manos, los ojos, los brazos labriegos, las piernas pastoras.
Pero era ya octubre o noviembre de 1966 y el tiempo se le estaba acortando peligrosamente. La llama habrá muerto apagándose en sí misma, la silla se habrá quedado esperando sentada en su propio coirón de extremo austral.
Cuando nos encontramos por primera vez en la Peña de Carmen 340, venía llegando a Chile desde Europa por la húmeda puerta de Valparaíso. Era tal vez el fin del invierno, o solamente la mitad del invierno. Vaya uno a saber ahora, a tanta distancia, y siendo el tiempo tan veloz, tan inmejorable, tan fugaz.
Se la esperaba con una forma de fiesta, cargada a las guitarras, en el borde del humo, del olor a carne asada, del chisporrotear del trago. Todo el mundo —los extraños, los amigos— quería darle la bienvenida. Pero había también curiosidad a causa de sus hazañas artísticas recientes: la arpillería, el Louvre, todo eso. Pero quizás a uno de los pocos que no había verdaderamente visto nunca era a mí.
Allá por 1955 yo vagabundeaba por los manglares de la mitad de la isla Grande de Chiloé, a causa de mi primer trabajo, y me parece haber oído que Violeta Parra se hallaba en Castro, en una Escuela de Verano. Pero vuelvo a no estar seguro de nada. Entonces, pues, esa noche de su último retorno a Chile desde Europa, desde París, desde los castaños oscuros y la indiferencia, le dediqué una canción. Se llama «En Lota la noche es brava». Volviéndose hacia el público, comentó riendo con picardía:
—Este bribón canta boleros, parece.
Después nos fuimos conociendo mejor. Una vez, veníamos en un autobús desvencijado, desde el Norte Chico; nos sentamos juntos en el asiento que queda detrás del chofer, y como era de noche, todo el mundo dormía, dormitaba o soñaba. Violeta tenía un charango en las manos y tocaba suavemente, tarareando cosas en voz baja. «A ver si no se me queda dormido», decía, señalando la espalda del chofer.
Le pedí que me enseñara algunos acordes y fue así como nos pasamos la noche hablando de música, cambiando de manos el charango. Alguien se las arreglaba para protestar cada cierto tiempo más atrás, como si en verdad se pudiera dormir allí. Pasando los días, compuse mi primer tema en charango: «Sol y sombra» se llama, y sólo lo conocemos (y ejecutamos) Horacio Duran y yo.
Pero no ha sido el único tema que hice en tal instrumento. En un disco que preparé para Silvia Urbina, Los barcos en la noche, figura, por ejemplo, «El muelle de los sueños».
En otro viaje, en otro día, otra semana, pero tal vez el mismo año, íbamos hacia el sur de Santiago, en un autobús desvencijado, bajo un sol tórrido, a media tarde. La misma delegación, el mismo chofer, los mismos caminos. Como por azar, me instalé de nuevo junto a ella. Esta vez llevaba un cuatro (guitarrilla, como decía ella) y tocaba.
Le propuse que me enseñara algunos acordes mientras llegábamos a San Fernando o a Talca. Con lo aprendido compuse esa misma tarde «El viaje», que figura en el LP ¡El folklore no ha muerto, mierda!
Yo recuerdo a Violeta siempre cargada de instrumentos. Tengo la impresión de que ella fabricaba algunos, otros los traía de sus viajes a Bolivia o se los traían Los Jairas.
En ocasiones nos encontrábamos en el Pequeño Derecho de Autor. Allí me topé una vez con ella y Carmen Luisa. Yo buscaba un charango, ella llevaba uno y se lo compré. Decidió de inmediato «hacerme un homenaje» en La Carpa, pero en el fondo, se trataba de un pretexto para guitarrear. Puso aviso en un diario invitando a su público. Llegué a La Carpa con Iván Inzunza (hoy desaparecido) y otros amigos. Le mostré varias de mis últimas canciones, entre ellas «Valdivia en la niebla», «Tenerte morena muerte», «Voy a ver pasar los trenes».
"La guitarrera que toca", Patricia Manns.
Una vez terminada mi presentación, subió al escenario para regalarme una «chomba» negra, un «salto de cama» y un cuatro. Todo esto, más la pequeña escultura de arcilla de «La guitarrera que toca» debe conservarlo Silvia Urbina. Lo impresionante de esa noche es que había unas veinticinco personas y Violeta decidió estrenar tres de sus últimas canciones. Allí escuché por primera vez «Run Run se fue p'al Norte», «Volver a los diecisiete» y «Gracias a la vida». En las tres ocasiones olvidó el texto y riendo explicaba que acababan de salir del horno, que excusaran, que el disco estaría listo en pocos días, que en él no habría olvido.
"Run Run se fue p'al Norte", Violeta Parra.
La escultura, que es muy pequeña, la encontré tirada en un rincón de la Peña, cubierta de polvo y de telarañas. Alguien me dijo que mientras Violeta trabajaba en ella, se le cayó de las manos. La nuca voló en pedazos y por la boca abierta se pueden ver el cielo y el infierno. Le falta además un brazo. Yo no sé nada tampoco de escultura, pero es una figura muy bella por muy rústica. Representa a una mujer, sin duda a una cantora campesina. Por la posición de su único brazo es posible adivinar el cuerpo de la guitarra, y por la posición de la cara crispada hacia el cielo, sin ojos y sin boca, se puede sentir el desgarrado dolor de su grito interminable. Decidí escribir una canción. Como se sabe, no soy y nunca he sido folklorista, pero algunos de mis aires tiene reminiscencias folklóricas, en particular éste. Es una canción extremadamente dura, con una armonía que duele, con palabras que se clavan a causa de la historia que cantan.
"Corazón maldito", Isabel Parra.
En 1966 viajé varias veces en grupos en que se contaba Violeta. Incluso en uno de ellos estaban Violeta, Víctor Jara, Rolando Alarcón y Héctor Pavez, entre otros. A fines de ese año fuimos sucesivamente al norte y al sur. Lo del sur ya lo he contado en La guitarra indócil. En el norte, en Arica, compartimos un camarín y le mostré el tema explicándole que eso era lo que me sugería su estatuilla rota. De sus ocasionales enseñanzas de música, salieron, como digo, al menos tres temas: «Sol y sombra» (para charango, guitarras, cuatro y zamponas); «El viaje» y «El muelle de los sueños»; «La guitarrera que toca» viene de su greda. Dicen que es una canción que trae mala suerte: en una época, en Chile, se formaron dúos mixtos que la incorporaron a su repertorio. Todos terminaron separados. Me consta. Su texto dice en parte:
La guitarrera que toca
mira el camino venir:
«—Por ahí los vide llegare,
por ahi los vide partir».
La guitarrera en el pelo
tiene nieve de sufrir:
sólo el llanto va creciendo,
sólo el canto ha de morir.
Camino: te he de torcer
por mañana, por ayer:
mañana habrás de traer
lo que voy a perder,
ay, ay.
Violeta escuchó la canción en silencio. Luego me dijo:
—No le cambies una sola nota, una sola palabra.
Un día de ese año —un domingo— conversábamos con Víctor y Ángel, a media tarde, en casa de Ángel. De repente entró Violeta completamente alterada. Se sentó entre nosotros, en el patio lleno de sol, pidió lápiz y papel y comenzó a escribir. Al cabo de media hora nos entregó una hoja a cada uno, con el mismo texto, diciendo perentoria:
—Apréndansela.
La cantó esa tarde por primera vez. La canción se llama «Corazón maldito».
Pero yo jamás compuse una canción con ella, como lo hizo ella con Nicanor y con Neruda. Después de su muerte, tropecé por casualidad con el texto de «Un ojo dejé en Los Lagos». Escribí un ritmo de parabién sobre ese texto, bauticé el tema «El exiliado del sur» (se ha grabado también como «La exiliada del sur»), y cambié algunas palabras para que realmente fuera un exilio del sur (en el texto oiginal, cuya forma folklórica se llama «El cuerpo repartido», ella nombra pueblos de los alrededores de , Santiago; se halla en las Décimas).
"La exiliada del Sur", Patricio Manns.
Sin embargo, poco después de su desaparición hice un texto para «cueca de velorio». La música pertenece a Edmundo Vásquez; nunca ha sido grabada, aunque me parece que es lo único definitivo que yo haya escrito nunca sobre ella.
El texto es éste:
La guitarra enterrada
Ay Violeta violeta
Guitarra y tierra
Y tu canto enterrado
Bajo la greda
Y tu canto sonando
Sobre la tierra
La Violeta de arcilla
Cálida y fuerte
Fue quebrada por fríos
De una alta muerte
Ay Violeta: no hay grito
que te despierte
Que te despierte ay sí
Nogal sangrante
Si perdiste el atajo
Del caminante
La guitarra enterrada
No está callada
Fotografías: 1) Del blog http://cseverino.galeon.com/ 2); 3); 4) y 5) fotos de Violeta de archivo.
Más de Violeta Parra en Folclore y Cultura Chilena. Parte 1.
1 comentario:
Devuelvo visita con mucho agrado, en vísperas de un día tan importante para la música folklórica de Chile.
Un abrazo.
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