martes, 22 de abril de 2008

CONTANDO EL CUENTO , Los Pozos, historias del barrio.

Esta historia fue contada de generación en generacion, transmisión oral de este cuento, y llegó a oídos de Enrique Muñoz Abarca, por intermedio de su padre.

Don Enrique, antiguo trabajador de Ferrocarriles, contaba esta historia a todos sus amigos y familiares, haciendo las delicias de los oyentes, y su hijo Kiko la cuenta para nuestro blog, dejandola en los anales de la web...(hacer clic en título y encontrarán otro cuento del autor).

Con ustedes nuestro escritor, poeta, grabador, publicista, dibujante, cantante, guitarrero, contador de historias, don Enrique Muñoz Abarca, Kiko "cejilla"para muchos...

Los Pozos, cuento de Enrique Muñoz A.(2008)

La llamada " época de oro " de Ferrocarriles en Chile, fue propiamente la generación de la máquina

a vapor. Se producían entonces situaciones que hoy, serían poco menos que incomprensibles. En gran medida porque los testimonios ya no existen. He visitado la antigua " Casa de Máquinas San Eugenio " y he tenido la triste sensación de estar en una ciudad muerta: galpones vacíos, restos de máquinas como esqueletos calcinados por el sol y la maleza, calles solitarias. Muerte donde hubo tanta vida...

En aquellos años, los llamados " pozos ", eran una especie de piscinas, donde las locomotoras, después de cada jornada, vaciaban su residuo de escoria y petróleo. Era el " soplado de tubos ", paso inevitable en la carrera funcionaria del "tiznado".

Con el uso, los pozos se llenaban hasta que la superficie del residuo coincidía con el nivel del suelo y, por alguna razón, quizás por absorción natural, mantenían ese nivel y nunca se rebalsaban. Como el piso de ferrocarriles era una alfombra de carbón molido, los pozos realmente no se notaban. La escoria que subía a la superficie por densidad, formaba una pura línea con el suelo propiamente. Previniendo un accidente, los habían cercado lateralmente con una baranda. A los afuerinos siempre les causaba curiosidad aquellas pasarelas, aparentemente sin justificación.

Un cineasta chileno de la época intentaba una producción fílmica que consideraba algunas escenas románticas en el andén de una estación. Mister Prett, el ingeniero jefe fue un poco presionado para que (como un estímulo al cine nacional), diera las condiciones al cineasta para que usara el patio de movimiento. Este era un amplio sector entramado de líneas sobre las cuales el material rodante hacía los desplazamientos necesarios para las reparaciones y para armar los grupos de vagones. El cineasta revisó el lugar destinado y pesó que con algunos ajustes quedaría impecable para la imagen que había concebido.

El día del rodaje, fue cosa de locos. Casi todo el personal se encontraba apostado en lugares estratégicos para no perderse detalle de la filmación. No hubo caso de mantenerlos en sus puestos de trabajo.

Al ser informado, Mr. Prett contestó: " Bueno, yo sabeg que esta huevada traeg problemas. Dejar que miren y decig tu al director que haga filmación lo más gápido posible ". Y él mismo tomó palco en un lugar privilegiado.

Los tramoyistas habían hecho un trabajo impecable: Una réplica de estación de provincia bastante convincente. El personal gozaba con el espectáculo, pues la estación mirada por atrás evidenciaba la otra realidad: era un armado de tablones, tirantes y cartones. " ...la magia del cine - comentó un tiznado con arrestos intelectuales - ".

Los maquilladores preparaban a los actores en una tienda improvisada; carpinteros deambulaban martillo en mano solucionando los últimos detalles; iluminadores y sonidistas se cruzaban entre gritos y órdenes rabiosas: " Cuidado con esos cables, no vayan a tocar ese micrófono!!". El director coordinaba el trabajo gritando más fuerte que todos.

"¡ Cada uno a sus puestos...los actores al set de filmación...pongan la cámara en su lugar, la otra más arriba...¡ más arriba te digo, caraj
o, que no entiendes ? ¡ahí sí...!. Luz, sonido listo....salga todo el mundo del ángulo de la toma...¡ listo ! ". Los ayudantes repetían las órdenes a punta de megáfono y la escena se comenzaba a estructurar lentamente.

Cuando todo estuvo a punto, el director aulló: ¡¡ acción!!.

Todo ferrocarriles pudo ver, aunque no escuchar, el coloquio que mantenía el galán con la heroína. Él, parado en el andén, miraba anhelante a su amada que salía medio cuerpo fuera de la ventanilla. Ella gesticulaba, le estrujaba las manos y se golpeaba el pecho; debía llorar a mares por que apretaba un pañuelo y se lo pasaba repetidamente por los ojos.

Luego, el beso del adiós...

Aplausos y comentarios obscenos. Risas también por que al actor, para mayor comodidad, le habían puesto un cajoncito que le permitía enfrentar el beso con mayor naturalidad, sin que la heroína se cayera por la ventanilla.

Luego la máquina piteaba y el convoy iniciaba una lenta marcha hacia el adiós. El galán se bajó del cajón y siguió el movimiento con la mano de su amada entre las suyas, hasta que el tren tomó más velocidad y tuvo que soltarla.

Pero siguió corriendo tras su destino mientras se alejaba el convoy, y corrió, y corrió, y corrió hasta que llegó al sector de los pozos.

Fue increíble. Una película en cámara lenta de la cual todos podían adivinar el final. ".

"Este huevón estag loco...que alguien lo detenga! –gritó el ingeniero.

Al mismo tiempo, el actor desaparecía tragado por el pozo...

Todo ferrocarriles se puso en movimiento para atender la emergencia, mientras el equipo de filmación todavía no salía del asombro ni menos entendía lo sucedido ni menos intentaba alguna acción. Llegaron los primeros voluntarios premunidos con varas de coligüe y cualquier implemento tomado a la pasada, para ayudar a rescatar al galán que se debatía a duras penas en la superficie del caldo negro. Lo sacaron con gran esfuerzo.

Era una masa monstruosa. Un ser de los fondos marinos, una bestia antidiluviana, una gárgola del infierno concebido por el Dante, que se debatía entre ahogos, estertores y arcadas y lanzaba chorros de un líquido negro pestilente. Tiritaba de rabia en medio de la nube de curiosos que trataban de limpiarlo con huaipe.

La primera carcajada fue como el detonante de una histeria colectiva. Un carnaval de alegría. Todo ferrocarriles se río a mandíbula batiente y finalmente se sumó al jolgorio el equipo de filmación. Hubo, incluso, un par de tiznados exagerados, que de tanta risa se cayeron desde una techumbre (seguramente con un par de copas en el cuerpo ). Puro susto y contusiones menores; más alegría aún.

Pero había dos que no participaban de la alegría general.

El galán ( por supuesto ), que no lo hacía reír ni el Tony Caluga, y el director, que blasfemaba a voz en cuello"

¡¿Porqué putas no avisan que hay una trampa...?! ¡Que se bañe el huevón pajarón del galán y se ponga ropa limpia para repetir la escena...!

Las fotografías: 1) Claqueta de cine, donde anotan las "tomas". 2) Estación de trenes en un pueblo rural. 3) Maestranza de FF.CC. 4) Tren a vapor en los patios de una estación. 5) Galán de cine y su heroína, en Casablanca.

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